domingo, 22 de octubre de 2023

AMISTAD CON EL MUNDO: ENEMISTAD CON DIOS por José Luis Aberasturi

 Así escribe Santiago: La amistad con el mundo es enemistad con Dios. Palabras que no admiten ‘interpretación’, porque son de recibo estrictamente literal.

A mayor abundamiento, subraya: Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios.

San Juan tampoco se apea de este aserto. Escribe: Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Amén.

Es lo único que podríamos añadir sin temor a equivocarnos. Porque pretender salirse de aquí es errar indefectiblemente, y sin paliativo alguno.

Cómo hemos llegado hasta borrar a Cristo y proclamarnos hijos del mundo, es algo no solo siniestro, sino incomprensible en sí mismo… excepto si lo consideramos en su verdadera realidad: el Pecado.

Porque, pasar de ‘hijos de Dios’ a ‘mundanos’, sí o también, como el único horizonte válido para un hijo de Dios en su Iglesia en medio del mundo -que es lo que se lleva a día de hoy-, es algo que no se consigue por casualidad; sino con un empeño tan notable como irracional, tan constante como eficaz.

Con este modo de proceder, estaríamos anclados en un ‘mirar hacia abajo’ -el mundo: para el que no estamos hechos, como se nos ha revelado: No tenenos aquí ciudad permanente, por ejemplo-, en lugar de ‘mirar hacia arriba’: a Dios, y a las cosas de Dios, acabando en el Cielo Prometido: Buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, nos aconsejará san Pablo, a propósito de la Resurrección de Cristo, fundamento de nuestra Fe.

Recuerdo un comentario hecho por san Josemaria, a propósito de lo que dice el Evangelio en relación a aquella mujer que se acercó por detrás a Jesucristo, pensando en su interior que, con solo tocar la orla de su manto, quedaría curada: pues, aparte el flujo de sangre que no remitía, y de hecho había gastado toda su fortuna intentándolo, erat inclinata: estaba encorvada hacia el suelo, nos dice el evangelista.

Una mujer, con todo, llena de fe -porque cree, va a Jesús-; llena de una fe humilde: la mejor y la única fe verdadera: no se siente con ‘meritos’ ni para pedírselo: pedir sería significarse, y ella está en las antípodas de esa composición. Y se acerca al Señor aprovechando el anonimato de la multitud que Le apretujaba. Y Le toca, y queda curada.

Hablaba, san Josemaria, de ese tipo de gentes que, como los cerdos, son incapaces de mirar al cielo, siempre volcados en las cosas de aquí abajo, abocados a hocicar en la porquería, en el lodazal… incapaces de elevar su mirada a Dios y al Cielo. Abundan.

En el lado contrario a las expresiones de Santiago y de Juan, nos encontramos con las palabras, también inequívocas, de Jesús: Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su propio Hijo. Insisto en que es Jesús quien habla.

Entonces, ¿cómo se compaginan estas dos expresiones que vienen directamente de Dios? Porque, a primera vista, no se compaginan en absoluto.

Vamos a intentar explicarlo. Porque explicación tiene: Dios no se contradice.

En las expresiones referidas, de Santiago y Juan -podríamos añadir otras de san Pablo, y de Jesucristo, que también las dice en este mismo sentido-, el “mundo” está tomado en su sentido espiritual y ascético: el enemigo del hombre; porque en “el mundo", señorea Satanás, con sus pompas y sus obras. Todo un clásico.

La evidencia es absoluta. También en lo que le toca dentro del desmoronamiento de la Iglesia, donde el Demonio tampoco falta; y, en tantos sitios y en tantas almas, señorea a sus anchas. La denuncia, desgarradora y reveladora, es de Pablo VI, no me la invento.

De ahí que, “ser amigo del mundo” -dejarse llevar por sus máximas, siempre opuestas a Dios y a su Iglesia y, por tanto, a las almas todas-, obra, necesariamente, el ser “enemigo” de Dios.

Por su parte, la Revelación del Amor de Dios, expresada en la Entrega total y absoluta de Cristo en la Cruz, es lo que significa ese Tanto amó Dios al mundo… Porque, aquí, “mundo” somos los hombres que vivimos -hemos vivido, viviremos- en él. Se utiliza el continente como expresión del contenido.

Este es el verdadero sentido: Tanto nos quiere Dios Padre, que no perdonó ni a su Propio Hijo. Por nosotros, en favor nuestro. 

Porque Cristo no ha muerto en la Cruz por ningún pez, ni por ningún perro, ni por ningún pino, ni por el ozono, ni para acabar con los plásticos… Porque ni los peces, ni los perros, ni los pinos, ni el ozono, pecan. Nosotros, sí. Y muchísimo: el justo cae siete veces al día.

Por lo mismo, las recomendaciones de Cristo -no juzguéis, vigilad y orad, tomad y comed…-, no se las hace a los pinos y demás, ni siquiera a los mismos ángeles: sólo a nosotros.

La Misa no la ha inventado para quedarse en el mundo, sino por nosotros. Como sus promesas de Vida Eterna, son por nosotros, no por nada de este mundo material. 

Esto también ha de quedar meridianamente claro y explícito.

Nos bastaría mirar con detenimiento el Crucifijo, saboreando y contemplado lo que representa -cosa que ningún ser material puede hacer: nosotros, sí; y debemos hacerlo, si queremos entender más y más del Amor que Dios nos tiene; y si queremos distinguir, juzgando, que “no nos den gato por liebre”-, para  empezar a entenderlo.

Por cierto: lo de gato por liebre es el pan de cada día, hoy, en la Iglesia Catolica.

Sabiendo, además, que lo que se representa en el crucifijo, se realiza en cada Misa: cada una de las Misas REALIZA y ACTUALIZA lo que el Crucifijo representa. Revelado todo ello en las palabras de la Consagración: Esto es mi Cuerpo, ‘que será entregado por vosotros’Esta es mi Sangre, ‘que será derramada por vosotros’.

De aquí que bien podemos proclamar, con grandísimo dolor, ante la desolación en la que se celebran tantas Misas, que el triunfo del Demonio está siendo todo un ARRASAR. Porque, arrasar, está arrasando.

Y la Descristianización no solo de países enteros, sino de gran parte de la misma Iglesia, tiene la misma causa: habernos vuelto al “mundo", llenarnos de él… vaciándonos, necesariamente, de Dios. Pero la advertencia de Cristo sigue en pié: No podéis servir a dos señores… Y esto vale por lo civil y por lo eclesial.

Hay que seguir clamando por tanto a Jesús, compungidos e indigentes: -Señor, ten piedad.

tomado de: https://www.infocatolica.com/blog/nonmeavoluntas.php/2309270358-amistad-con-el-mundo-enemista?utm_medium=emshare&utm_source=emshare&utm_campaign=btnmail

martes, 3 de enero de 2023

12 CONSEJOS PARA CONSEGUIR LA PAZ


1 Santa María es —así la invoca la Iglesia— la Reina de la paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: «Regina pacis, ora pro nobis!» —Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?... —Te sorprenderás de su inmediata eficacia.

Surco, 874

2 Fomenta, en tu alma y en tu corazón —en tu inteligencia y en tu querer—, el espíritu de confianza y de abandono en la amorosa Voluntad del Padre celestial... —De ahí nace la paz interior que ansías.

Surco, 850


3 Un remedio contra esas inquietudes tuyas: tener paciencia, rectitud de intención, y mirar las cosas con perspectiva sobrenatural.

Surco, 853


4 Aleja enseguida de ti —¡si Dios está contigo!— el temor y la perturbación de espíritu...: evita de raíz esas reacciones, pues sólo sirven para multiplicar las tentaciones y acrecentar el peligro.

Surco, 854


5 Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose. Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey; El es quien nos ha de salvar”.

—Rézala devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los designios de la Providencia, que nos gobierna para nuestro bien.

Surco, 855


6 Si —por tener fija la mirada en Dios— sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones, si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías, que te hacen falta para trabajar con eficacia, en servicio de los hombres.

Surco, 856


7 Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas —a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos— no salen a tu gusto... Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan.

Surco, 860


8 Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza, «Domine, ut videam!» —¡Señor, que vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que El te concederá.

Surco, 862


9 Lucha contra las asperezas de tu carácter, contra tus egoísmos, contra tu comodidad, contra tus antipatías... Además de que hemos de ser corredentores, el premio que recibirás —piénsalo bien— guardará relación directísima con la siembra que hayas hecho.

Surco, 863


10 Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser anti-nada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen.

—Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad.

Surco, 864


11 Por caridad cristiana y por elegancia humana, debes esforzarte en no crear un abismo con nadie..., en dejar siempre una salida al prójimo, para que no se aleje aún más de la Verdad.

Surco, 865


12 Paradoja: desde que me decidí a seguir el consejo del Salmo: “arroja sobre el Señor tus preocupaciones, y El te sostendrá”, cada día tengo menos preocupaciones en la cabeza... Y a la vez, con el trabajo oportuno, se resuelve todo, ¡con más claridad!

Surco, 873

 

lunes, 21 de febrero de 2022

LA SANTIDAD, ÚNICA SOLUCIÓN A LA CRISIS DE NUESTRO TIEMPO, Autor: Roberto De Mattei

La crisis de nuestro tiempo ha pasado ya del terreno cultural y moral al psicológico, entendiéndose la psicología en su sentido etimológico de ciencia del alma. Si la moral establece las leyes del comportamiento humano, la psicología investiga la vida cognoscitiva y afectiva del hombre. El hombre es un compuesto de cuerpo y alma, y el alma –principio vital del cuerpo– posee dos facultades primarias: inteligencia y voluntad. Como ser corpóreo que es, el hombre está dotado de sentidos internos y externos que participan de su proceso cognoscitivo. Cuando las facultades primarias y secundarias del hombre están ordenadas, su personalidad se desarrolla armoniosamente, mientras que en la esfera oscura del hombre en la que las tendencias sensibles se encuentran con las facultades espirituales se desarrollan las pasiones desordenadas se produce en el alma una situación de desequilibrio que puede acarrear la ruina moral y psicológica. Cuando pierde de vista el único y verdadero fin de su vida, que es nuestra santificación y la gloria de Dios, el hombre se arriesga al colapso psicológico.

Cabría objetar que muchas personas, a pesar de haber perdido de vista el fin primario del hombre, parecen psicológicamente tranquilas y viven sin problemas. No obstante, la estabilidad psicológica que proporcionan la salud, el dinero y los afectos mismos no es sino aparente. Las personas en apariencia fuertes pero privadas de Dios son como la casa construida sobre la arena de la parábola evangélica. Basta la pérdida de uno solo de los falsos bienes en que se apoyan para desencadenarles una crisis psicológica. ¿Y qué pasa cuando lo que pone en riesgo su vida no es la pérdida de bienes individuales sino desgracias sociales como una guerra o una pandemia que aqueja a la sociedad? En ese caso se cumplen más que nunca las palabras del Evangelio: «Las lluvias cayeron, los torrentes vinieron, los vientos soplaron y se arrojaron contra aquella casa, y cayó, y su ruina fue grande» (Mt.7,27).

Cuando atravesemos tiempos turbulentos debemos comprender que sólo en nuestro interior podemos encontrar la solución a los problemas que nos afligen. La que libramos no es una batalla política, social ni sanitaria; somos soldados que combatimos una larga guerra contra el mundo, la carne y el demonio, guerra que se remonta a la creación del mundo. Como explica Réginald Garrigou-Lagrange (1877-1974), «lo único necesario para cada uno de nosotros es una vida interior» (Las tres edades de la vida interior). La verdadera vida del hombre no es ciertamente la superficial y exterior del cuerpo, destinada a decaer y morir, sino la inmortal del alma, que encamina sus potencias en la dirección correcta.

Dios no nos pide salvar la sociedad. Lo que nos pide es que salvemos el alma y le glorifiquemos, incluso en lo social, dando testimonio público de la verdad del Evangelio. Sólo Dios puede salvar a la sociedad, y lo hace por medio de la Iglesia, que nunca pierde sus notas distintivas, empezando por su santidad intrínseca. Para estos tiempos de malestar y extravío generalizado, escribe igualmente el P. Lagrange: «Cada uno de nosotros tenemos necesidad de pensar en la única cosa necesaria y pedir al Señor santos que no vivan sino motivados por dicho pensamiento y sean los grandes animadores que necesita el mundo. En las épocas más turbulentas, como la de los albigenses, y más tarde con la aparición del protestantismo, el Señor envió innumerables santos al mundo. Y hoy en día la necesidad no es menos acuciante» (Las tres edades de la vida interior).

Don Próspero Guéranguer dice ni más ni menos lo mismo (1805-1875): «En su infinita justicia y misericordia, Dios prodiga los santos a lo largo de los tiempos, o bien decide no concederlos, porque, si se nos permite expresarlo de esa manera, es necesario el termómetro de la santidad para verificar las condiciones de normalidad de una época o una sociedad» (Le sens de l’histoire, in Essai sur le naturalisme contemporain, Editions Delacroix, 2004, p. 377).

Eso quiere decir que hay siglos más parcos y siglos más generosos en lo que se refiere a las gracias que Dios distribuye para llamar a la santidad. El siglo XV fue pobre en santos, mientras que el XVI abundó en ellos. El siglo XX ha sido de escasez, salvo unas pocas excepciones luminosas. ¿Será el XXI un siglo de generosa correspondencia a la gracia? ¿Qué temperatura señala el termómetro espiritual de nuestro tiempo?

Si echamos un vistazo a nuestro alrededor no vemos los grandes santos que nos gustaría que surgiesen a nuestro lado para sostenernos. Pero quizás olvidemos que la vara de medir de la santidad no es la existencia de milagros espectaculares, sino la capacidad de las almas para vivir día tras día abandonadas a la Divina Providencia. Así hizo San José, modelo de santidad, combatiente silencioso y fiel, alma activa y contemplativa y ejemplo perfecto de equilibrio de todas las virtudes naturales y sobrenaturales.

Nadie como San José sabía mejor lo frágil que era el Imperio Romano por debajo de las apariencias, y nadie conocía mejor que él la perfidia del Sanedrín, y aun así se atuvo a la ley romana en lo referente al censo y a las prescripciones judías a la hora de circuncidar a Jesús. En ningún momento incitó a la rebelión violenta contra la autoridad. Su corazón no conocía la ira sino la serenidad, y no conocía otro odio que hacia el pecado. Ya ha concluido el Año de San José que proclamó el papa Francisco, pero la devoción al santo carpintero debe seguir estimulando a los católicos fieles a aspirar a la santidad, que alcanza la cúspide en Jesucristo. Únicamente Él, por Sí mismo, posee la plenitud absoluta y universal de la gracia, y sólo Él hace a los grandes santos. Hoy más que nunca tenemos necesidad de santos, de hombres justos y equilibrados que vivan según su razón y su fe sin caer en el desaliento y confiando nada más en el auxilio de la Divina Providencia y de la bienaventurada Virgen María.

Traducido por Bruno de la Inmaculada


Tomado de: https://adelantelafe.com/la-santidad-unica-solucion-a-la-crisis-de-nuestro-tiempo/

sábado, 19 de febrero de 2022

LOS TRES MALES QUE FULTON SHEEN PREDIJO DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO Y SE ESTÁN CUMPLIENDO

       

 En la década de 1960, el arzobispo Fulton Sheen señaló tres formas en que el mal del mundo conduce al ser humano a la desesperaciónEse pronóstico hoy se ha agravado y las palabras del venerable suenan como una advertencia.

En un artículo escrito por Joseph Pronechen para National Catholic Register, el autor recoge estas observaciones de Fulton Sheen para recordarnos las tres heridas que originan la desesperación moderna.

Aquí retomamos las principales reflexiones que consideramos más importantes.

Fulton Sheen señaló en primer lugar:

Dios está muerto. En otras palabras, no nos queda nada en este mundo excepto el mundo mismo. Si hay alguna esperanza, es la tecnología y la ciencia.

No habrá más pobreza. Pero no existe la culpa. O pecado. Solo tenemos que ocuparnos de los problemas sociales. Esta es una de las imágenes desesperadas del mundo moderno”.

En segundo lugar señalo el segundo mal:

“El segundo es la violencia que nos perturba a todos (…) Solo voy a elegir una fase de la violencia, y esa será la guerra moderna. Y lo terrible de las guerras modernas es que involucran cada vez menos a los soldados que luchan. Tocan cada vez a más y más civiles.

Y podríamos continuar con robos, asaltos, asesinatos, etc., pero esto demuestra que los civiles y los no combatientes son cada vez menos inmunes a la violencia y la destrucción“.

Por último, Fulton Sheen señaló el tercer mal contemporáneo:

“Una tercera base de desesperación en nuestro mundo moderno, es lo que podría llamarse la desesperación que proviene de la ciudad secular. La ansiedad del hombre moderno en la civilización contemporánea. Sus miedos. Sus terrores. Su neurosis, su psicosis. Su soledad. Es un vagabundo en la tierra“.

Entonces, “sumas estos tres: el mundo en el que la ciencia es la única esperanza y no hay culpa; la violencia; y el secularismo, tienes la desesperación en la que todos estamos involucrados“, concluye Fulton Sheen.

¿El mundo contemporáneo vive como Caín?

Fulton Sheen relacionó estos males con el relato de Caín y Abel. Aquí está su increíble explicación:

Caín fue el que prácticamente dijo: ‘Dios está muerto’. ¿Por qué? Se negó a reconocer la culpa. ‘Sin culpa’, dijo. No hay juez (…) ¡No admitiría que era responsable ante nadie más!”.

Aquí está el primer mal, y el segundo se deduce del primero:

Tan pronto como Dios muere, el prójimo muere. Sigue”, y el garrote “se convirtió en un arma. Se convierte en hidrógeno. Se convierte en nitrógeno. En misiles intercontinentales. Y la violencia ha continuado desde ese club de Caín hasta la actualidad”.

Y al final, Caín se convirtió en un vagabundo, “estaba espantado y asustado. Cuando Dios le dijo: ‘¿Dónde está tu hermano Abel?’, él dijo: ‘Dondequiera que vaya, los hombres me matarán’. Tenía miedo a la venganza… Interesante, ¿no? Lo que temía era algún tipo de ira que pudiera caer sobre él.

Ansiedad. Inquietud en la ciudad secular. Se fue a la Tierra de Nod… Se puso inquieto, como el hombre moderno“.

La solución del mundo moderno pasa por la elección que se haga: o se sigue el camino que inició Caín o se imita a Abel, el justo, y se reconoce la Esperanza que nos ofrece Jesucristo.

¿Tú que piensas?

artículo tomado de:

https://es.churchpop.com/2020/09/21/el-diagnostico-de-fulton-sheen-sobre-el-mal-y-la-desesperacion-actual/


jueves, 19 de noviembre de 2020

LA DISTOPÍA DE DON GABINO; autor: caminante-wanderer

autor: 


Sin muchas ganas —no era afecto a ese tipo de fantasías literarias—, comenzó a leer:

 La trama se desarrollaba en un país incierto en el que toda la población había sido confinada en sus casas a lo largo de los últimos meses y podían salir solamente para atender a las cuestiones básicas. Debían hacerlo con el rostro cubierto por un ancho bozal y quien no cumplía con esa disposición, era encarcelado. Todos los habitantes —niños, adultos y ancianos— llevaban permanentemente consigo un pequeño dispositivo con el que podían comunicarse fácilmente aún con los lugares más remotos del planeta, y a través del cual recibían incesantemente noticias, opiniones y alertas que eran emanadas de centros de información distribuidos en todo el mundo, y que pertenecían a muy pocos dueños. Esos mismos dispositivos, además, permitían que cada uno de los habitantes de ese país pudiera ser rastreado y ubicado a cada instante en el lugar en el que se encontraba. Todos sus movimientos y todas sus comunicaciones —las que emitía, las que recibía y las informaciones que leía— eran almacenadas por el gobierno.

artículo completo en:

http://caminante-wanderer.blogspot.com/2020/09/la-distopia-de-don-gabino.html?m=0




 



http://caminante-wanderer.blogspot.com/2020/09/la-distopia-de-don-gabino.html?m=0

lunes, 22 de junio de 2020

San Josemaria, su mensaje espiritual


SAN JOSEMARIA,

Su Mensaje Espiritual

Hoy hablaremos de San Josemaría. José María Escrivá de Balaguer nació en la localidad aragonesa de Barbastro en enero de 1902 y murió el 26 de junio de 1975 en Roma. Es por eso que este viernes conmemoraremos la fecha de su partida al cielo y que corresponde al día de su celebración litúrgica.  Su figura es conocida en todos los continentes y los frutos de la misión que Dios le confió un 2 de octubre de 1928 se extienden con vigor. En esa fecha Dios le hizo ver cuál sería la misión que le encomendaría, le hizo ver el Opus Dei. Misión que, en el decreto papal de su canonización, el 6 de octubre de 2002, dice lo siguiente:” abrir a los fieles de todas las condiciones sociales el camino ancho y seguro de santificación en medio del mundo, a través del cumplimiento, con perfección y por amor a Dios, del trabajo profesional y de los deberes de la vida ordinaria.” Y más adelante añade: “que sus enseñanzas se han mostrado providencialmente actuales para la situación espiritual de nuestra época. Es una espiritualidad en que subsisten intrínsicamente a la luz del verbo encarnado (Jesús redentor) una honda visión de la fe y un vivo sentido del valor de las realidades creadas. Se comprende al mundo como don de Dios a los hombres y como tarea apostólica cristiana. Se trata de un mensaje esencialmente Cristo céntrico y dotado de una intensa fuerza evangelizadora. Resumiendo, esto en dos frases suyas: “Poner a Cristo en las entrañas de todas las actividades humanas” o bien: santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el fermento de la redención.

1.- El Cristiano debe ser otro Cristo

San Josemaría amaba apasionadamente a Jesús y lo trataba continuamente como debemos hacerlo nosotros también en la Eucaristía y en la oración y en la Palabra. Que nos metamos en cada escena del Evangelio como un personaje del relato. Hagámoslo por ejemplo en el relato del evangelio de hoy que acabamos de escuchar.

Escribió:
Forja 8: “Vive junto a Cristo, debes ser en el Evangelio un personaje más conviviendo con Pedro, con Juan, con Andrés…, porque Cristo también vive ahora” o
Homilía: Hacia la Santidad: “Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompañar tan de cerca, que vivamos con él como aquellos doce; tan de cerca, que con él nos identifiquemos”. Como la meta que nos da San Pablo: ser otro Cristo, el mismo Cristo.
En Camino 382 escribió: “que busques a Cristo, que encuentres a Cristo, que ames a Cristo. Y en el último punto de Camino 999 anotó: Enamórate y no le dejarás.
Junto a Jesucristo, amaba a la Virgen María y trataba de imitar a la que es Esperanza Nuestra, Asiento de la Sabiduría. Su espíritu Cristocentrico es esencialmente Mariano. En la escuela del trato con Jesucristo, María es la mejor maestra.


2.- El sentido de ser hijos de Dios, la filiación divina:

Dios quiso que en el alma de San Josemaría se grabara con fuerza la conciencia de que somos a través de Cristo, Hijos de Dios. La filiación divina mediante la cual, por el Espíritu Santo, somos verdaderamente hijos de Dios, en Cristo, es un sello que cada cristiano lleva en su alma desde el bautismo. Dice “la filiación divina llena toda nuestra vida espiritual porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños.
Así pues, el espíritu de santidad que debemos extender por el mundo se asienta en la alegría y en la certeza que somos hijos de Dios, esa es nuestra identidad y nuestra misión.

3.-Santos en la vida ordinaria:

Desde 1928 comprendí con claridad, escribió San Josemaría, que Dios desea que los cristianos tomen ejemplo de toda la vida del Señor. Entendí especialmente su vida oculta, su vida de trabajo corriente en medio de los hombres: el Señor quiere que muchas almas encuentren su camino en los años de vida callada y sin brillo. Gracias a Dios vio convertida en realidad aquello por lo que tanto luchó por amor a Dios y a la Iglesia. “Muchedumbres de hijos de Dios, santificándose en su vida de ciudadanos corrientes, compartiendo afanes, ilusiones y esfuerzos con las demás criaturas.”
“Esta santidad grande, que Dios nos reclama se encuentra aquí y ahora……………… en las cosas pequeñas de cada jornada.

4.- El trabajo cotidiano, camino de santidad.

El cimiento de la relación entre santidad y trabajo radica en el concepto de que el trabajo es participación en la obra creadora de Dios. El mismo Dios encarnado: Al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo como el ámbito en que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora. Como consecuencia de esto, por ejemplo podemos decir que toda ocupación honesta es santificable, que la santificación del trabajo exige que éste se realice con perfección humana, a conciencia, con rectitud y que la tarea profesional es para nosotros, el lugar donde se forjan también todas la virtudes y se encuentra la permanente ocasión de acercar las almas a Cristo: Todo esto lo resumió en una frase que es todo un programa de vida cristiana: Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar a los demás con el trabajo.

5.- Contemplativos en medio del mundo:

Poner a Cristo en la cumbre de toda acción humana. Hacerlo presente en todas nuestras actividades. El Opus Dei impulsado por el espíritu de su fundador trabaja al servicio de la Iglesia en la tarea de conducir a la creación entera hacia Cristo. Nos recomienda que aprendamos a convertir toda la jornada (todos los momentos y circunstancias de nuestra vida como se reza en la estampa de San Josemaría) en una búsqueda continua de su amistad y de su presencia. Escribió en el capítulo Vida de Oración de Amigos de Dios: ¡qué fortaleza para un hijo de Dios, saberse tan cerca de su Padre!  Sobre el sólido fundamento de la oración dice en Camino 107: “¿Santo sin oración?... No creo en esa santidad”. Con la fuerza de los Sacramentos, de la oración y de otros medios ascéticos entrelazados íntimamente con vuestra vida de trabajo y de servicio a los demás aprendemos a no perder jamás el punto de vista sobrenatural y que detrás de cada acontecimiento está la voluntad de Dios.

6.- Unidad de Vida:

Es una expresión frecuente en el mensaje de San Josemaría. Manifiesta una señal esencial dirigida a los cristianos que nos encontramos en medio del mundo. Unidad de vida significa que absolutamente todas las actividades de un cristiano deben estar compenetradas con la meta de obtener un mismo fin que es la gloria de Dios por amor a Dios y al prójimo. La vocación humana de un cristiano es parte de su vocación divina (o sea su llamada a la santidad y al apostolado) El Cristiano no puede llevar dos vidas paralelas: por una parte, la vida cotidiana (sus ocupaciones, sus relaciones profesionales, sociales, familiares) y por otra parte su vida espiritual. Tanto la vida interior, como el trabajo bien hecho y el apostolado son parte de la misma santidad. Lo que yo creo, lo que yo pienso, lo que yo digo y lo que yo hago, son las cuatro patas de la misma mesa de mi vida.
Escribió: Trabajar así es oración, estudiar así es oración, investigar así es oración. No salimos nunca de lo mismo: todo es oración, todo puede y debe llevar a Dios, alimentar ese trato continuo con él, de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser oración, y todo trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo el alma se fortalece en una unidad de vida sencilla y fuerte.

7.- La formación de los Cristianos

La formación espiritual, doctrinal y apostólica de todos los cristianos debe ocupar un puesto de primera importancia en este proceso puesto en marcha por el fundador del Opus Dei. La formación es un medio indispensable para ayudar a todos a alcanzar la santidad y para realizar la misión apostólica de cada uno. Se trata de conocer la doctrina de la Iglesia y promover en todos, una acción evangelizadora coherente y eficaz. Dice en Forja 841: Urge difundir la luz de la doctrina de Cristo. Atesora formación, llénate de claridad de ideas, de plenitud del mensaje cristiano, para poder después transmitirlo a los demás.

8.- Amor a la Iglesia.

Su amor a la Iglesia fue ilimitado y su afán por expandir el Opus Dei era en función de que éste sirviera a la Iglesia tanto que afirmaba que, si el Opus Dei no sirve a la Iglesia, no me interesa” Promovió en todas partes vocaciones al sacerdocio y al estado religioso, emprendió viajes agotadores por Europa y América, para difundir la doctrina de la Iglesia. Y sobretodo se dedicó a la formación de los miembros del Opus Dei, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, para infundirles una sólida vida interior, con una ejemplar adhesión al magisterio de la Iglesia. Esta pasión por la Iglesia se puede resumir en una de sus frases “todos con Pedro a Jesús por Maria.

9.- Vocación Cristiana, vocación apostólica

Dios quiere que todos los hombres se salven: esto es una invitación y una responsabilidad, que pesan sobre cada uno de nosotros. La Iglesia no es un reducto para privilegiados. Dios espera ardientemente que se llene su casa. El ardor por la salvación de las almas es consecuencia del amor de Dios que llena el corazón y la mente de los hijos de Dios. Escribió en Es Cristo que Pasa 122: el apostolado es amor de Dios, que se desborda, dándose a los demás. Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria de la vida interior.

10.- La libertad.

La formación que impartía San Josemaría iba encaminada a fomentar el amor a la libertad que ha de impregnar el trabajo de los cristianos. Anotó en Forja 144: Grande y hermosa es la misión de servir que nos confió el Divino Maestro. -Por eso, este buen espíritu ¡gran señorío! se compagina perfectamente con el amor a la libertad, que ha de impregnar el trabajo de los cristianos.
El amor a la libertad, concebida en su exacta condición de regalo precioso de Dios a los hombres, con la consecuente responsabilidad personal, caracteriza firmisimamente dicho espíritu. San Josemaría Escrivá se empeñó en formar hombres y mujeres maduros, personas que actúan según su conciencia rectamente formada y que asumen, libre y responsablemente, las consecuencias de sus actos. Cada uno ha de actuar, en el ejercicio de su actividad profesional o social, de acuerdo con su identidad cristiana, como hijo de Dios, con la libertad con la que Cristo nos ha liberado.


Conclusión:

Hasta el momento hemos hecho una lista como de supermercado de todas las virtudes y enseñanzas de San Josemaría. Ahora el punto es ¿cómo nosotros podemos imitarlo y seguir sus preceptos para hacer algo parecido? Esa es la idea, cierto. No es venir a escuchar palabras bonitas y el relato de lo que hacen otros, sino que concluir en que podemos imitarle.
Recordemos que cuando él fundó la Obra, o mejor dicho la vio, no contaba con ningún medio especial. No tenía dinero, ni su familia era influyente, venía de un lugar poco conocido, en un periodo tuvo que refugiarse por la persecución religiosa en la guerra civil española. Todo en contra. Pero según él mismo comentaba: era un sacerdote joven con buen humor y contaba con la gracia de Dios, y de eso no hace ni cien años. Nosotros somos testigos de muchas de las obras que a través de sus seguidores o él mismo impulsaron: residencias universitarias, colegios, escuelas agrícolas, santuarios, universidades. Todo muy tangible. Pero lo que más importa y que nosotros si estamos en condiciones de hacer es ayudar a acercar muchas almas a Cristo. Son innumerables, miles, quizás millones de personas las que se han acercado a Cristo y una vez que han pasado de este mundo al otros, se han ido al cielo. Que, sin la intervención de los santos, en este caso de San Josemaría y de sus seguidores capaz que hubieran estado en otra condición al morir.
¿Qué podemos hacer nosotros? Contamos con la gracia de Dios, es probable que también tengamos buen humor. Entonces no hay razón para quedarnos como espectadores ante lo que otros hacen. Contamos con la gracia de Dios y sabemos que el brazo de Dios no se ha debilitado desde la creación del mundo hasta ahora. También tenemos la posibilidad de asistir a todos estos medios de formación que mucho nos pueden ayudar a encauzar nuestra vida para hacer lo que Dios quiere que hagamos.
Tengamos presente que nosotros también podemos transformar al mundo desde nuestro modesto punto de acción en la vida.

domingo, 21 de junio de 2020

Buscar a Dios en el Trabajo Cotidiano; Autor: Albino Luciani

tomado de: https://opusdei.org/es-es/article/articulo-del-cardenal-albino-luciani/

"Buscar a Dios en el trabajo cotidiano". Artículo del Cardenal Albino Luciani. ("Gazzettino di Venezia", 25-VII-1978). El Cardenal Luciani, futuro Papa Juan Pablo I, escribe sobre el espíritu que difundió san Josemaría: santificar el trabajo, responder a la llamada universal a la santidad de todo cristiano.
Gazzettino di Venezia, 25-VII-1978
En 1941 el español Víctor García Hoz, después de confesarse, escuchó que le decían: "Dios te llama por caminos, de contemplación". Se quedó pasmado. Siempre había escuchado decir que la "contemplación" era una cosa para santos encaminados a la vida mística, cumbre asequible sólo a unos pocos elegidos, gente en la mayoría de los casos retirada del mundo. "Yo, en cambio —escribe Hoz— en aquellos años estaba casado, con dos o tres hijos entonces y esperando, como ocurrió en realidad, la llegada de más hijos, teniendo que trabajar para sacar adelante la familia".
¿Quién era entonces aquel confesor revolucionario, que dejaba de lado las barreras tradicionales, señalando metas místicas incluso a los casados? Era Josemaría Escrivá de Balaguer, un sacerdote español fallecido en Roma en 1975 a los setenta y tres años. Conocido sobre todo por ser el fundador del Opus Dei, asociación difundida en todo el mundo de la cual los diarios se ocuparon a menudo, pero con muchas imprecisiones. ¿Qué hacen realmente, quiénes son, los miembros del Opus Dei? El mismo fundador lo ha dicho: 'Somos —ha declarado en 1967— un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión, un oficio laical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo; y la gran muchedumbre formada por hombres y por mujeres de diversas naciones, de diversas lenguas, de diversas razas, que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares".
En palabras más modestas las "realidades más vulgares" el trabajo que nos toca hacer cada día; los "brillos divinos que reverberan" son la vida santa que hemos de sacar adelante. Escrivá de Balaguer, con el Evangelio, decía continuamente: "Cristo no nos pide un poco de bondad, sino mucha bondad. Pero quiere que lleguemos a ella no a través de acciones extraordinarias, sino con acciones comunes, aunque el modo de ejecutar tales acciones no debe ser común".
Allí nel bel mezzo della strada, en la oficina, en la fábrica, nos hacemos santos a poco que hagamos el propio deber con competencia, por amor de Dios, y alegremente, de manera que el trabajo cotidiano se convierta no en una "tragedia cotidiana", sino en la "sonrisa cotidiana".
Cosas parecidas había enseñado más de trescientos años atrás San Francisco de Sales. Desde el púlpito un predicador había quemado públicamente el libro en el cual el santo explicaba que, con ciertas condiciones, el baile podía ser lícito y, hasta contenía un capítulo entero dedicado a "la honestidad del lecho matrimonial". Escrivá de Balaguer supera en muchos aspectos a Francisco de Sales. Este, también propugna la santidad para todos, pero parece enseñar solamente una "espiritualidad de los laicos" mientras Escrivá quiere una "espiritualidad laical". Es decir, Francisco sugiere casi siempre a los laicos los mismos medios practicados por los religiosos con las adaptaciones oportunas. Escrivá es más radical: habla directamente de "materializar" —en buen sentido— la santificación. Para él, es el mismo trabajo material, lo que debe transformarse en oración y santidad.
El legendario Barón de Münchausen narraba la leyenda de una liebre monstruosa, que tenía dos series de patas: cuatro debajo del vientre, cuatro sobre la espalda. Perseguidos por los cazadores, y sintiéndose casi alcanzado, se daba vuelta, continuando la carrera con las patas frescas. Para el fundador del Opus Dei es monstruosa la vida de los cristianos que desean una doble serie de acciones: una hecha de oraciones a Dios, la otra de trabajo, de diversiones, de vida familiar para sí mismos. No, dice Escrivá, la vida es única, debe ser santificada por entero. Por eso habla de espiritualidad "materializada".
Y habla también de un justo y necesario "anticlericalismo" en el sentido de que los laicos no deben apropiarse de los métodos y oficios de los sacerdotes y de los frailes, y viceversa. Creo que él había heredado este "anticlericalismo" de sus progenitores, especialmente de su padre, un caballero a toda prueba, trabajador, cristiano ferviente, enamoradísimo de su mujer y siempre sonriente. "Lo recuerdo siempre sereno —escribió su hijo— a él le debo la vocación... Por eso soy "paternalista". Otro impulso "anticlerical" le vino probablemente de las investigaciones hechas para su tesis doctoral en derecho canónico sobre el monasterio femenino cisterciense de Las Huelgas, cerca de Burgos. Allí, la abadesa era al mismo tiempo señora, superiora, prelado, gobernador temporal del monasterio, del hospital, de los conventos, iglesias y aldeas dependientes con jurisdicción y poderes reales y cuasi episcopales. Un monstrum también por los múltiples encargos contrapuestos y sobrepuestos. Así acumulados, estos trabajos no eran adecuados para hacer —como quería Escrivá— trabajos de Dios. Porque —decía— ¿como puede ser un trabajo "de Dios" si está mal hecho, de prisa y sin competencia? Un albañil, un arquitecto, un médico, un profesor, ¿cómo puede ser santo si no es también, en lo que de él depende, un buen albañil, un buen arquitecto, un buen médico, un buen profesor? En la misma línea escribía Gilson en 1949: "Nos dicen que ha sido la fe la que construyó las catedrales en la Edad Media; de acuerdo... pero también la geometría tiene su parte". Fe y geometría, fe y trabajo hecho con competencia para Escrivá caminan tomados del brazo: son las dos alas de la santidad.
Francisco de Sales confió sus teorías a los libros. Escrivá hizo otro tanto pero utilizando sólo fragmentos de tiempo. Si le venia de improviso una idea o frase significativa, sin interrumpir la conversación, sacaba del bolsillo una pequeña agenda y escribía rápidamente una palabra, media línea, que más tarde utilizaría para el libro.
A la propagación de su gran proyecto de espiritualidad, además de sus muy difundidos libros, dedicó una actividad tenacísima y organizó la asociación Opus Dei. "Dad un clavo a un aragonés —dice el proverbio— y lo clavará con su cabeza". Pues bien "yo soy aragonés —escribió— es necesario ser tenaces". No perdía un minuto de tiempo. En España, antes, durante y después de la Guerra Civil, pasaba de las lecciones dadas a los universitarios a cocinar, a limpiar los pisos, a hacer las camas, a atender a los enfermos. "Yo tengo sobre mi conciencia —y con orgullo lo digo— el haber dedicado muchos, muchos millares de horas a confesar niños en las barriadas pobres de Madrid. Venían con los moquitos hasta la boca. Había que empezar limpiándoles la nariz antes de limpiarles un poco aquellas pobres almas". Así ha escrito, demostrando que "la sonrisa diaria" la vivía de verdad. Ha escrito también "me iba a la cama muerto de cansancio. Al levantarme, todavía cansado, por la mañana, me decía: 'Josemaria, antes de almorzar dormirás un poco'. Y cuando salía a la calle, añadía contemplando el panorama de trabajo que se me echaba encima aquel día: 'Josemaría te he engañado otra vez' ".
Pero su gran trabajo, fue fundar y continuar el Opus Dei. El nombre vino por casualidad. "Es necesario trabajar duro: ésta es una obra de Dios", le dijo uno. "Este es el nombre justo —pensó—, obra no mía, sino de Dios, Opus Dei". Esta obra creció bajo sus ojos hasta extenderse a todos los continentes: empezó entonces el trabajo de sus viajes intercontinentales para las nuevas fundaciones y para las conferencias. La extensión, el número y la calidad de los miembros del Opus Dei han hecho pensar en alguna mira de poder, en la férrea obediencia de los gregarios. Lo contrario es lo verdadero: existe sólo el deseo de hacer santos, pero con alegría, con espíritu de servicio y con gran libertad.
"Somos ecuménicos Santo Padre, pero no hemos aprendido el ecumenismo de su Santidad", se permitió un día decir Escrivá al Papa Juan. Este sonrió: sabía que desde 1950 el Opus Dei tenía el permiso de Pío XII de recibir, como cooperadores asociados a los no católicos y a los no cristianos.
Escrivá fumaba siendo estudiante. Al ingresar al seminario, le regaló las pipas y el tabaco al portero y no fumó nunca más. Pero el día en que fueron ordenados los tres primeros sacerdotes del Opus Dei dijo: "Yo no fumo; vosotros tres tampoco; —y dirigiéndose a Don Álvaro— tienes que fumar tú, porque, si no, vuestros hermanos podrían pensar que no está bien el tabaco, y quiero que los demás no se sientan coaccionados en esto y fumen si les da la gana". Sucede alguna vez que alguno de los miembros —a quienes el Opus Dei únicamente ayuda a tomar responsablemente opciones libres— asciende a algún cargo importante, Esto es asunto suyo, no del Opus Dei. Cuando en 1957 una alta personalidad envió a Escrivá sus felicitaciones porque un socio habla sido nombrado ministro en España, obtuvo esta respuesta más bien seca: "Qué me importa a mí que sea ministro o barrendero? Lo que me importa es que se santifique con su trabajo".
En esta respuesta está todo Escrivá y el espíritu del Opus Dei: que uno se santifique con su trabajo; aunque sea de ministro.., si ha sido puesto en ese cargo, que se santifique de verdad. El resto importa poco.

Dejar Obrar a Dios; Autor: Cardenal Joseph Ratzinger

tomado de: https://opusdei.org/es/article/articulo-del-cardenal-joseph-ratzinger/

"Dejar obrar a Dios". Artículo del Cardenal Joseph Ratzinger sobre san Josemaría Escrivá. (L'Osservatore Romano, 6-X-2002). El Cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribe sobre el espíritu que difundió san Josemaría y la personalidad del fundador.

L'Osservatore Romano. 6-X-2002
Siempre me ha llamado la atención el sentido que Josemaría Escrivá daba al nombre Opus Dei; una interpretación que podríamos llamar biográfica y que permite entender al fundador en su fisonomía espiritual. Escrivá sabía que debía fundar algo, y a la vez estaba convencido de que ese algo no era obra suya: él no había inventado nada: sencillamente el Señor se había servido de él y, en consecuencia, aquello no era su obra, sino la Obra de Dios. Él era solamente un instrumento a través del cual Dios había actuado.
Al considerar esta actitud me vienen a la mente las palabras del Señor recogidas en el evangelio de San Juan 5,17: "Mi Padre obra siempre". Son palabras pronunciadas por Jesús en el curso de una discusión con algunos especialistas de la religión que no querían reconocer que Dios puede trabajar en el día del sábado. Un debate todavía abierto y actual, en cierto modo, entre los hombres —también cristianos— de nuestro tiempo. Algunos piensan que Dios, después de la creación, se ha "retirado" y ya no muestra interés alguno por nuestros asuntos de cada día. Según este modo de pensar, Dios no podría intervenir en el tejido de nuestra vida cotidiana; sin embargo, las palabras de Jesucristo nos indican mas bien lo contrario. Un hombre abierto a la presencia de Dios se da cuenta de que Dios obra siempre y de que también actúa hoy; por eso debemos dejarle entrar y facilitarle que obre en nosotros. Es así como nacen las cosas que abren el futuro y renuevan la humanidad.
Todo esto nos ayuda a comprender por qué Josemaría Escrivá no se consideraba "fundador" de nada, y por qué se veía solamente como un hombre que quiere cumplir una voluntad de Dios, secundar esa acción, la obra —en efecto— de Dios. En este sentido, constituye para mí un mensaje de gran importancia el teocentrismo de Escrivá de Balaguer: está en coherencia con las palabras de Jesús esa confianza en que Dios no se ha retirado del mundo, porque está actuando constantemente; y en que a nosotros nos corresponde solamente ponernos a su disposición, estar disponibles, siendo capaces de responder a su llamada. Es un mensaje que ayuda también a superar lo que puede considerarse como la gran tentación de nuestro tiempo: la pretensión de pensar que después del big bang, Dios se ha retirado de la historia. La acción de Dios no "se ha parado" en el momento del big bang, sino que continúa en el curso del tiempo, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de los hombres.
El fundador de la Obra decía: yo no he inventado nada; es Otro quien lo ha hecho todo; yo he procurado estar disponible y servirle como instrumento. La palabra y toda la realidad que llamamos Opus Dei está profundamente ensamblada con la vida interior del Fundador, que aun procurando ser muy discreto en este punto, da a entender que permanecía en diálogo constante, en contacto real con Aquél que nos ha creado y obra por nosotros y con nosotros. De Moisés se dice en el libro del Éxodo (33,11) que Dios hablaba con él "cara a cara, como un amigo habla con un amigo". Me parece que, si bien el velo de la discreción esconde algunas pequeñas señales, hay fundamento suficiente para poder aplicar muy bien a Josemaría Escrivá eso de "hablar como un amigo habla con un amigo", que abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformar todo.
En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad y vocación universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud "heroica" podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: "esto no es para mí"; "yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas"; "es un ideal demasiado alto para mí". En ese caso la santidad estaría reservada para algunos "grandes" de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido corregida — y esto me parece un punto central— precisamente por Josemaría Escrivá.
Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de "gimnasta" de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo "heroico" ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.
Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios. Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas.
Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes.
Por todo esto he comprendido mejor la fisonomía del Opus Dei: la fuerte trabazón que existe entre una absoluta fidelidad a la gran tradición de la Iglesia, a su fe, con desarmante simplicidad, y la apertura incondicionada a todos los desafíos de este mundo, sea en el ámbito académico, en el del trabajo ordinario, en la economía, etc. Quien tiene esta vinculación con Dios, quien mantiene un coloquio ininterrumpido con Él, puede atreverse a responder a nuevos desafíos, y no tiene miedo; porque quien está en las manos de Dios, cae siempre en las manos de Dios. Es así como desaparece el miedo y nace la valentía de responder a los retos del mundo de hoy.